Qué es la «jardinosofía» y qué puede enseñarte sobre la búsqueda de la felicidad
Ya lo decía el filósofo inglés Francis Bacon: quizá la única manera de controlar la naturaleza sea obedeciéndola. ¿Pero por qué tenemos tanto interés en dominarla? ¿Y cómo nos afecta esa relación de poder, qué dice sobre nosotros y sobre la búsqueda de la felicidad?
El antropólogo y filósofo español Santiago Beruete (Pamplona, 1961) lleva años haciéndose esas preguntas, muchas veces mientras cultiva su jardín. La respuesta es tan compleja que germinó en una tesis doctoral y dos ensayos filosóficos: «Jardinosofía: una historia filosófica de los jardines» (2016) y «Verdolatría: la naturaleza nos enseña a ser humanos» (2018).
«Los seres humanos siempre hemos visualizado la felicidad con plantas», le cuenta a BBC Mundo Beruete quien, además de escribir, trabaja como profesor en un instituto dando clases de sociología y filosofía a adolescentes.
«Una de las cosas más curiosas es que siempre ajardinamos nuestros sueños. De alguna manera, engalanamos con flores y árboles las ideas de una buena vida. Y el mito fundacional de nuestra civilización en Occidente es el paraíso terrenal, el Jardín del Edén».
«En los jardines se respira la utopía. Es la forma que tenemos de visualizar algo intangible, que es la felicidad; una metáfora visible«.
Beruete recorre en sus ensayos las huellas filosóficas de Epicuro, pasando después por la cultura medieval, el Renacimiento y la Ilustración (Rousseau), hasta nuestros días, sin olvidar a los maestros japoneses de vergeles orientales. Pero ya tenía devoción por las plantas mucho antes de escribir sobre ellas.
«Era una especie de pasión particular en la que me refugié en un momento muy difícil, cuando mi madre murió», recuerda. «Mis hermanos y yo éramos muy pequeños y pasamos los primeros años en el jardín de la casa de mi abuela. Tal vez por eso identifiqué las plantas y los árboles como una extensión de lo maternal«.
«Yo lo vivía como una cosa muy privada, nunca imaginé que hablaría públicamente sobre esto», confiesa.
Las plantas nos enseñan…
Santiago Beruete dice que «cuidar un trozo de tierra es ya una forma de cuidarse a sí mismo» porque cultivar «es la ética del cuidado«.
Es sabido que el contacto con la naturaleza produce un efecto benéfico, tal y como muchos autores y tradiciones literarias han expresado a lo largo de los siglos.
El escritor lo resume así: «Trabajar la tierra nos alivia el desosiego que sentimos muchas veces cuando vamos por la celeridad, por el consumismo, por los ritmos de nuestra sociedad».
«Nos hace reencontrarnos con la naturaleza y acercarnos a los ritmos naturales. Nos ayuda a suspender el pensamiento, a vaciar la mente… ¿qué mejor mindfulness que cuidar de un huerto?«, se pregunta.
La explicación, le dice Beruete a BBC Mundo, reside en que para cultivar un jardín o huerto te tienes que descentrar, tienes que acallar el ego y cultivar la mirada.
«No puedes ser un buen jardinero encerrado entre los cuatro muros de tu cabeza. Salir al jardín siempre supone entrar en uno mismo«.
«De algún modo, aprendes a respetar los ritmos de la naturaleza, a obedecer los ciclos de las estaciones», dice el filósofo.
«Acabas comprendiendo que no puedes podar en cualquier época, que hay un momento para abonar y otro para sembrar o para trasplantar. Es una experiencia de descentrarse y, por otro lado, de ser insignificante y no estar solo. Una lección muy sencilla que cualquier campesino o jardinero recibe».
¿Qué es entonces la «jardinosofía»?
«La ‘jardinosofía’ es una especie de terapia filosófica», responde Beruete. «Una manera de practicar las viejas aspiraciones de la filosofía de forma práctica: hacer filosofía con las manos«.
El escritor también dice que es «una forma de practicar la paciencia y otras muchas virtudes asociadas a la plenitud, como la perseverancia, la constancia o la humildad, el esfuerzo o la tenacidad», que nos inducen «a otros tipos de compromisos con la tierra y con la sociedad».
Así, cultivar un huerto acaba teniendo una dimensión social y política, sostiene.
El sociólogo cuenta que «en nuestras sociedades urbanas estamos siempre muy pendientes de otras cosas que no sean la contemplación de un ser vivo (como las plantas)» y que hacerlo «nos invita a empatizar».
«Yo no sé cuál es la fórmula de la felicidad, pero sí sé que estos ingredientes, estos valores implícitos a la tarea de trabajar la tierra, forman parte de la buena vida«.
El concepto es amplio: puede ser un gran jardín o un huerto, pero también el cuidado de una maceta en tu casa.
Aunque asegura que hay una óptica oscura que tiene que ver con la dominación y el poder de la tierra e incluso crueldad, que le parece importante para entender nuestra «relación ambivalente con la naturaleza».
Una relación contradictoria
En sus ensayos filosóficos, Beruete expone la «contradictoria relación que tenemos con la naturaleza».
«Veneramos la naturaleza, pero estamos en guerra con ella», dice cuando le pregunto por esa contradicción.
«A quienes vivimos en sociedades avanzadas -o supuestamente avanzadas- nos fascina lo verde, pero participamos activamente en su destrucción. Es una relación ambivalente«.
«Nosotros sabemos en nuestro interior que no somos dueños del planeta», dice Beruete. «Pero como estamos continuamente consumiendo más recursos de los que disponemos, nos comportamos con una temeridad irracional».
Beruete lo resume con estas palabras: «Somos conscientes de que el crecimiento económico no puede ser ilimitado, pero no queremos vivir por debajo de nuestras posibilidades».
Para combatirla, propone construir «otra cultura de la biosfera, otra conciencia ética, otra mentalidad», aunque admite que lo encuentra difícil «porque muchas veces nos resistimos a lo que supondría asumir estas lecciones».
Sin embargo, cree que las nuevas generaciones reflejan un cambio positivo y apuntan hacia un cambio moral en el que la educación es «la palanca».
«Las nuevas generaciones empiezan a ser cada vez más conscientes de que les va a tocar pagar los excesos y la mala gestión de las generaciones anteriores».
«Doy clases a chicos y chicas de 17 y 18 años y es un tema continuo. Mis alumnos son los ‘hermanos’ de Greta Thunberg, se sienten muy identificados con ella. Y me parece que hay muchas ‘gretas’ repartidas por el mundo y gente valiosísima de las nuevas generaciones con menos prejuicios que nosotros».
Mientras podamos
«Como sociedad, deberíamos volver la mirada hacia la naturaleza como fuente de inspiración de modelos ecológicos de desarrollo», dice Beruete.
Como individuos, señala, podemos aprender sobre lo que el humanista Montaigne decía sobre «el arte del buen vivir» y a»dejar atrás nuestros prejuicios antropocéntricos, como en otro tiempo dejamos atrás nuestra visión teocéntrica; a entender que formamos parte de un gran jardín planetario«.
«Yo soy de los que creen que cuanto más superpoblado esté el mundo, más necesidad vamos a sentir de retornar a la naturaleza y más intensa va a ser la ‘verdolatría’, nuestra veneración hacia ella».
«Por eso, mientras tanto, seamos felices mientras podamos«, bromea.