La masacre de Columbine, 20 años después
Un viaje a la mente de los estudiantes asesinos y un recordatorio de lo que pasa cuando hay acceso libre a las pistolas.
El 20 de abril se cumplen 20 años de la masacre que heló la sangre a medio planeta. Ese día Eric Harris y Dylan Klebold, estudiantes de 18 y 17 años de la escuela Columbine de Littleton, Colorado, acabaron con la vida de 13 personas, lesionaron a 24 y después giraron las armas hacia ellos mismos y se quitaron la vida.
La fecha del ataque no fue casual, Harris y Klebold eligieron el 20 de abril por ser el aniversario del nacimiento de Adolf Hitler.ullstein bild Dtl.Getty Images
El objetivo de los jóvenes era mucho más ambicioso y terrorífico, matar el mayor número posible de personas, y se prepararon para tal fin con cuatro escopetas, cuatro cuchillos y 99 bombas de fabricación casera a base de propano. Todo estaba planeado al detalle, hasta la fecha. No eligieron un día al azar, sino el 20 de abril, día de nacimiento de Adolf Hitler. Lo primero que hicieron fue dejar una bomba incendiaria en un campo a unos tres kilómetros al sur de la escuela, programada para explotar a las 11:14 h de la mañana, con el propósito de distraer a los bomberos y al personal de emergencia de la escuela.
Eric Harris y Dylan Klebold sembraron el terror el 20 de abril de 1999 en Littleton, ColoradoWikimedia Commons
A las 11:10 h estacionaron sus vehículos (también cargados de explosivos que debían explotar hacia las 12.00 h) y entraron en la cafetería, donde dejaron un par de bolsas de deporte llenas de bombas caseras. Su idea era que, tras la detonación, la gente saldría huyendo y ellos estarían al otro lado de la puerta para ir matando a sus víctimas a medida que salieran. Sin embargo, las bombas explotaron solo parcialmente, con lo que en lugar de asesinar a varios cientos de personas (ellos habían calculado que serían unos 500) el número se redujo a dos muertos y una decena de heridos. Entonces Harris y Klebold entraron en la biblioteca, donde se habían ocultado un total de 52 estudiantes, dos profesores y dos bibliotecarios. Allí es donde realmente se cebaron, mostrando una crueldad y un sadismo difícil de comprender. Asesinaron a sangre fría a 10 compañeros y lesionaron a 12, y durante todo el tiempo no dejaron de burlarse de sus víctimas. Hacia el mediodía, los asesinos se mataron, tal y como habían acordado. La masacre duró 49 minutos. Los agentes de policía que entraron poco después en la escuela se encontraron una cafetería y una biblioteca llenas de cadáveres, entre ellos los de los dos asaltantes, pero también varias mochilas repletas de explosivos.
Una de las supervivientes de la tragedia, Laura Farber, dirige el documental We are Columbine, en el que también participan otros compañeros y profesores que escaparon a la masacre. La película, que se estrenó en Estados Unidos el pasado marzo, habla sobre cómo casi veinte años después algunas de las heridas siguen sin cicatrizar del todo.
Por qué sucedió algo así
La matanza caló inmediatamente en la opinión pública, se acuñó el término (por desgracia, tan utilizado después) de «school shooting», a pesar de que no era el primer tiroteo masivo que se producía en una escuela estadounidense. Si tecleas en Google «school shooting» enseguida aparece una página de Wikipedia en la que vienen detallados casi todos los tiroteos en centros educativos de Estados Unidos. La lista es incompleta, y aun así, pone los pelos de punta.
El primer delito data de 1840, cuando un alumno de la universidad de Virginia mató de un disparo a su profesor de Derecho y el más reciente es del 1 de abril de este mismo año, no hace ni tres semanas, cuando un estudiante de 14 años le pegó un tiro a su compañero de clase. Y entre medias, 423 tiroteos (si no me he equivocado contando). 194 sucedieron antes de Columbine –en un periodo de 159 años– y 229 después, en tan solo dos décadas. La situación es alarmante. Si lo comparamos con las cifras de tiroteos similares en el resto de países del mundo, se observa que en ningún otro país ocurre nada parecido, ni siquiera en países como Canadá donde también está permitida la tenencia de armas.
Pero ¿por qué?
En todas partes hay adolescentes que no saben gestionar su ira, que llegan a la edad adulta con el corazón lleno de rencor, ya sea contra sus padres, profesores o compañeros de clase, y sin embargo no se lían a tiros con todo el que les salga al paso. Pero ¿por qué sucede eso en Estados Unidos, a un nivel tan preocupante que ya, aunque nos horrorice, no nos extraña ver en el televisor agentes de la SWAT rodeando una escuela o universidad?
Matt Stone, uno de los creadores de South Park, originario de Littleton y educado en Columbine, explica en Bowling for Columbine la presión por el éxito que existe en ese y otros centros centros educativos de Estados Unidos.Tibrina HobsonGetty Images
Según un documento del FBI, solo hay algunos síntomas para estar alerta, pero no se conocen las causas. Los psicólogos y sociólogos no se ponen de acuerdo en cuáles son las razones que provocan este tipo de la violencia juvenil. Algunos lo achacan a la necesidad de triunfar tan arraigada en la cultura estadounidense. La palabra «perdedor» como sinónimo de «fracasado» no existía en nuestra lengua hasta finales del siglo XX, cuando a base de malas traducciones se nos vino imponiendo un término que solo se utilizaba para las competiciones deportivas. Ahora se usa hasta en inglés, loser. Es algo representativo que nos habla de una sociedad en la que triunfar en la vida no es una opción, sino una obligación.
En la película de Michael Moore Bowling for Columbine, Matt Stone, uno de los creadores de South Park, originario de Littleton y educado en Columbine, comenta: «Donde crecí, te hacían creer que lo que hacías en la escuela te marcaba para el resto de tu vida; si eras un perdedor en el instituto, lo serías siempre, no había escapatoria. En realidad es todo lo contrario, los que mejores notas sacaban acababan vendiendo seguros, pero los alumnos no lo sabíamos, te educan de forma que, si te sientes que eres un fracasado, no ves la salida y eso hace que anide el rencor dentro de ti». Algo similar sugiere el periodista Dave Cullen en su obra Columbine, donde describe a los asesinos como «coleccionistas de injusticias», gente que «nunca perdona, nunca olvida».
Otros aseguran que la culpa está en los videojuegos, en el manga, en la música death metal, en las películas violentas o incluso en tener padres divorciados, pero lo cierto es que en Japón se lee más manga y se juega a más videojuegos, en Alemania se escuchan muchas bandas oscuras, en Francia se ven muchísimos films hiperviolentos, en Rusia la tasa de divorcio es mucho mayor que en Estados Unidos y sin, embargo, los casos de violencia juvenil con arma de fuego son anecdóticos.
A pesar de la mala prensa que tienen, lo cierto es que no hay estudios rigurosos que demuestren que haya relación alguna entre el cine o los videojuegos violentos y los asesinatos en masa.
Hablo con Mark Webster, sociólogo que ha trabajado con adolescentes de todo tipo, algunos muy problemáticos, tanto en nuestro país como en el Reino Unido. Conoce como nadie la angustia, la desgana, el desánimo y la rabia con la que muchos jóvenes se enfrentan a un mundo cada vez más difícil, con menos salidas profesionales y más exigencias académicas. Hablamos de violencia juvenil y me muestra un estudio del gobierno británico sobre delincuencia juvenil en Inglaterra y Gales: aunque en general ha descendido el número de delitos con arma (casi nunca de fuego) en menores de edad, es preocupante el incremento de peleas con cuchillos y navajas en algunos lugares, como por ejemplo Londres. Los agentes de policía británicos no llevan armas de fuego, excepto cuerpos especiales. El Cuerpo de Policía de Inglaterra y Gales realiza informes regulares para saber si los agentes desean llevar pistola. En la última encuesta (que tuvo lugar en 2017) solo el 34% respondió que preferiría llevar pistola. Los policías saben que cuantas menos armas haya en el cuerpo, menos habrá también en la calle, en manos de delincuentes. Webster me indica que no hay ni un solo documento que demuestre que la tenencia de armas de fuego disminuya el número de víctimas mortales y que sí que hay cada año estadísticas sobre la personas que han resultado muertas o heridas por un disparo, no solo en delitos, sino también accidentalmente.