La verdad sobre Nerón y el incendio de Roma
El emperador Nerón aprovechó el incendio del año 64 d.C. para erigir su gran palacio, la Domus Aurea, mientras acusaba a los cristianos del desastre para alejar de sí las sospechas.
una noche de julio del año 64 d. C. se declaró un atroz incendio en el área del Circo Máximo, en Roma. El viento propagó rápidamente las llamas, sembrando el terror entre la población. Tras seis días interminables de devastación sin tregua se logró habilitar cerca del monte Esquilino una zona abierta para servir de cortafuegos.
Entonces se desató un segundo incendio, cuyo foco se localizaba en el barrio Emiliano, en una finca de Ofonio Tigelino, prefecto del pretorio y mano derecha de Nerón. El fuego arruinó la ciudad y dejó una estela de sospechas, que recayeron ya sobre el soberano, Nerón, ya sobre los culpables que él señaló: los cristianos. Este desastre continúa siendo, a día de hoy, uno de los episodios más conocidos de la Roma Imperial.
Tanto contemporáneos como historiadores posteriores culparon al propio emperador, al que presentaron cantando con su lira mientras contemplaba extasiado el poder devorador de las llamas. En el momento del incendio, Nerón llevaba diez años a la cabeza del Imperio. En su primera etapa de gobierno había resultado un ejemplo de respeto a las tradiciones políticas romanas, pero comenzó a derivar hacia una forma de gobierno despótico. El episodio que originó este declive fue el asesinato de su propia madre, Agripina.
No hay duda de que el incendio, ya fuera casual o intencionado, constituyó para Nerón su gran oportunidad para seguir fomentando una política orientalizante —ya que practicaba una política cada vez más personalista— y populista. Nerón no consiguió disipar las sospechas de que había sido él el causante del incendio. Era necesario buscar urgentemente a un culpable y para ello recurrió a una de las minorías religiosas llamadas entonces «sectas»: la de los cristianos o seguidores de Cristo.
Esta perversa estrategia de Nerón no parece tanto una persecución dirigida contra los cristianos por el hecho de serlo, sino más bien un intento desesperado por encontrar a alguien a quien culpar de lo ocurrido y poder alejar de sí las sospechas.