¿Por qué los juegos de mesa son buenos para el cerebro?
Pese al auge de los videojuegos y las aplicaciones lúdicas de los teléfonos celulares, los juegos de mesa no desaparecieron. Es más, cada vez están más presentes en nuestro ocio.
Según el grupo NPD Spain, los juegos de mesa familiares experimentaron un incremento en sus ventas durante la pandemia.
A los tradicionales dominós, ludo, oca o ajedrez se le sumaron miles de propuestas de juegos comerciales con temáticas, mecánicas y dinámicas diversas que consiguen atrapar incluso a la persona menos jugadora.
En un mundo cada vez más digitalizado, esos juegos de mesa proponen una alternativa de ocio analógica que nos reúne con otras personas para pasar un buen rato. Pero ¿es solo eso, puro entretenimiento? ¿O quizás podemos sacarle más provecho?
Profesionales de diferentes ámbitos, por ejemplo de la educación o la psicología, han encontrado en los juegos de mesa una herramienta lúdica para trabajar competencias académicas y procesos cognitivos diversos.
Ya hace tiempo que se desarrollan juegos serios diseñados específicamente para cumplir objetivos de aprendizaje, para la adquisición de habilidades o para el desarrollo de competencias.
Por ejemplo, juegos que consisten en hacer sumas y restas o analizar palabras, juegos de preguntas sobre hábitos saludables o juegos que tienen por objetivo identificar nuestras emociones.
El problema es que enseguida notás cuál es la finalidad del juego porque suelen tener una carga didáctica o terapéutica muy evidente (el truco del brócoli cubierto de chocolate). Pero esos juegos «serios» no son la única vía para trabajar procesos cognitivos.
Existe una forma de aprovechar la parte lúdica para trabajar lo que educadores y psicólogos buscan, a veces adaptando y otras empleando directamente juegos de mesa comercializados originalmente diseñados para divertir. Si analizamos detenidamente algunos éxitos comerciales de juegos de mesa y de cartas, podemos encontrar muchas similitudes entre sus mecánicas y algunas tareas neuropsicológicas clásicas que nos permiten medir procesos como la memoria, el control de impulsos o nuestra flexibilidad cognitiva.
O, como las conocemos en el área de psicología cognitiva, las cada vez más famosas funciones ejecutivas.
Por ejemplo, no hay duda de que cuando estamos jugando a un juego de mecánica memorística (encontrar las parejas en fichas volteadas, como el memotest, es un ejemplo típico), echamos mano de nuestra memoria a corto plazo.
También existen juegos en los que tenemos que frenar nuestro impulso de alcanzar algún elemento del juego (un tótem o pulsar un timbre) para no ser penalizados.
Y luego están esos juegos a contrarreloj en los que debemos ser más rápidos que nuestros contrincantes en encontrar la respuesta correcta. Sin darnos cuenta, trabajamos nuestra capacidad de inhibición y nuestra velocidad de procesamiento.
Siendo tan evidente, es de suponer que desde la investigación en psicología llevemos años estudiando su impacto como herramienta de entrenamiento cognitivo. ¿O estuvimos ciegos a esta oportunidad?
En absoluto. El uso de juegos de mesa modernos se contempla dentro de la metodología del aprendizaje basado en juegos (ABJ) y de intervenciones cognitivas. La única dificultad es que los estudios en juegos de mesa modernos son muy recientes y escasos.
En juego tradicional sí existe un poco más de literatura académica. Por ejemplo, parece que el GO, uno de los juegos de mesa más populares en Asia, ayudaría a la memoria de trabajo visual incluso empezando a jugar en la vejez.
En cuanto a la habilidad en ajedrez, se correlaciona con inteligencia, memoria y habilidades numéricas, verbales y visoespaciales.
De ahí que desde el grupo Neuropsicología, genes y ambiente (NeuroPGA) de la Universidad de Lleida nos aventuráramos a indagar qué podía ofrecerle a nuestras neuronas el juego, y más concretamente el juego de mesa moderno.
Explorando la literatura científica, nos dimos cuenta de que la mayoría de los estudios que querían poner a prueba estos juegos para trabajar procesos cognitivos como atención, memoria o lenguaje se habían centrado en poblaciones infantiles, en edad escolar y personas mayores. No es casualidad: es precisamente en estas edades cuando se desarrollan (infancia y etapa escolar) o presentan un declive (vejez) los procesos cognitivos.
Realizando nuestras propias investigaciones comprobamos que tras jugar a juegos de mesa modernos dentro de programas de entrenamiento cognitivo, algunas capacidades mejoran.
Concretamente, niños con Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad, niños y niñas en riesgo de exclusión social y personas de edad avanzada mejoraron su memoria a corto plazo, inhibición, flexibilidad y fluidez verbal. ¿Y sólo podemos jugar cuando somos pequeños o mayores? En absoluto.
Algunas investigaciones con un seguimiento de décadas parecen indicar que jugar a juegos de mesa a lo largo de la vida podría tener un impacto en nuestra reserva cognitiva y actuar como protector de un declive cognitivo futuro y de depresión en edades avanzadas.
Aún hay varias cuestiones sobre la mesa. ¿Es mejor el juego tradicional o el juego moderno? ¿Es el juego en sí el que nos ayuda cognitivamente o es la interacción con otros jugadores y jugadoras? ¿Deberíamos prescribir juegos de mesa como deberes mentales o estamos sobrevalorando sus beneficios? En cualquier caso, de poco sirve jugar dos semanas y que luego el juego junte polvo en la estantería. La clave está en jugar a lo largo de la vida como una opción más dentro nuestro repertorio de ocio saludable.