Dime cuánto te ejercitas y te diré cuánto bebes
Las personas que hacen ejercicio con regularidad y están en forma tienden a beber una sorpresiva cantidad de alcohol según un nuevo estudio, bastante oportuno para las fiestas decembrinas, sobre la interacción entre la buena condición física, el ejercicio y la bebida. El estudio, que involucró a más de 40.000 adultos estadounidenses, reveló que los hombres y mujeres activos y en forma tienen más del doble de probabilidades de ser bebedores regulares o excesivos que las personas que no están en forma. Estos resultados se suman a la creciente evidencia de estudios previos —y muchas de nuestras cuentas en bares— de que el ejercicio y el alcohol con frecuencia van de la mano, con implicaciones para los efectos en la salud de cada uno
Muchas personas, y algunos investigadores, podrían sorprenderse al saber cuánto suelen beber las personas físicamente activas. En general, las personas que adoptan un hábito saludable, como hacer ejercicio, tienden a practicar otros hábitos saludables, un fenómeno conocido como agrupamiento de hábitos. Las personas activas y en forma rara vez fuman, por ejemplo, y suelen llevar dietas saludables. Por lo tanto, podría parecer lógico que las personas que se ejercitan con frecuencia beban alcohol con moderación.
Sin embargo, múltiples estudios en los últimos años han revelado estrechos vínculos entre hacer ejercicio y beber alcohol. En uno de los primeros, de 2001, los investigadores utilizaron respuestas de encuestas de hombres y mujeres estadounidenses para concluir que los bebedores regulares —definidos en ese estudio como personas que bebían alrededor de un trago al día— tenían el doble de probabilidades que los que no bebían en absoluto de ejercitarse con regularidad. Estudios posteriores encontraron patrones similares entre atletas universitarios, quienes bebían bastante más que otros estudiantes universitarios, una población que no es precisamente conocida por su abstinencia.
En otro estudio revelador de 2015, 150 adultos escribieron diarios en línea sobre cuándo y cuánto se ejercitaron y consumieron alcohol durante tres semanas. Los resultados mostraron que en los días que más se ejercitaban, también tendían a beber más después.
No obstante, estos y otros estudios anteriores, si bien relacionan de manera constante la mayor actividad física con un mayor consumo de alcohol, tendían a ser pequeños o a estar enfocados en la población joven, o se basaban en informes algo casuales de lo que la gente les decía a los investigadores sobre sus entrenamientos y su consumo de alcohol, lo que puede ser notoriamente poco confiable.
Así que, para el nuevo estudio, titulado “Fit and Tipsy?” (¿En forma y borracho?) publicado hace poco en la revista Medicine & Science in Sports & Exercise, los investigadores del Instituto Cooper en Dallas y otras instituciones recurrieron a datos más objetivos sobre decenas de miles de adultos estadounidenses. Todos formaron parte del extenso y continuo Estudio Longitudinal del Centro Cooper, que analiza la salud cardiovascular y su relación con varios factores de comportamiento y otras afecciones médicas.
Los participantes del estudio visitaron la Clínica Cooper en Texas para revisiones anuales y, como parte de esos exámenes completaron pruebas en caminadoras para medir su aptitud aeróbica. También completaron extensos cuestionarios sobre sus hábitos de ejercicio y bebida, y si les preocupaba su consumo de alcohol. Los investigadores recopilaron registros de 38.653 participantes que tenían la edad legal para consumir alcohol e informaron beber al menos una vez a la semana (los autores dejaron por fuera del estudio a los abstemios porque querían comparar a los bebedores moderados con los compulsivos). Luego, procedieron a sacar cuentas.
Al igual que en estudios anteriores, cuanto más en forma estaba la gente, más tendía a beber. Las mujeres en mejor forma física tenían cerca del doble de probabilidades de ser bebedoras regulares que las mujeres con bajas capacidades aeróbicas. Ser bebedora regular significaba que las mujeres bebían entre cuatro y siete vasos de cerveza, vino o licor en una semana normal. Los hombres con mejor condición física tenían más del doble de probabilidades de ser bebedores regulares —hasta 14 tragos por semana— que los hombres que tenían una condición física menos cuidada. Los investigadores consideraron los hábitos de ejercicio que reportaron las personas y los ajustaron por edad y otros factores que podrían haber influido en los resultados. Aun así, las probabilidades siempre se mantuvieron más altas.
Los hombres y algunas mujeres en forma también tuvieron una probabilidad ligeramente mayor de ser bebedores excesivos —definidos para las mujeres como una ingesta mínima de ocho tragos o más por semana y 15 o más para los hombres— que sus compañeros con condiciones físicas más deterioradas. Curiosamente, las mujeres en forma que bebían en exceso a menudo reportaron preocupaciones sobre su nivel de consumo de alcohol, mientras que los hombres en forma en esa categoría rara vez lo hicieron.
¿Qué podrían significar estos resultados para quienes hacemos ejercicio con regularidad con el fin de mantenernos en forma? Aunque muestran con claridad que el ejercicio y el aumento del consumo de alcohol van de la mano, “es posible que la mayoría de las personas no asocien la actividad física y la ingesta de alcohol como comportamientos vinculados”, dijo Kerem Shuval, director ejecutivo de epidemiología del Instituto Cooper, quien dirigió el nuevo estudio. Por lo tanto, las personas que hacen ejercicio deben ser conscientes de su consumo de alcohol, advirtió Shuval, e incluso dar seguimiento a la frecuencia con la que beben cada semana.
Los médicos y los científicos no pueden afirmar con certeza cuántos tragos podrían ser demasiados para nuestra salud y bienestar, y el total probablemente difiera para cada uno de nosotros. Sin embargo, si te preocupa tu ingesta de alcohol (o le preocupa a tu cónyuge, tus amigos o tus compañeros de entrenamiento), deberías hablar con tu médico o un consejero.
Por supuesto que este estudio tiene límites. En su mayoría se enfocó en estadounidenses blancos y ricos, y lo que mostró fue solo una asociación entre el estado físico y la ingesta de alcohol, no que uno cause el otro. Tampoco puede explicarnos por qué ejercitarse puede conducir a un consumo excesivo de alcohol, o viceversa.
“Probablemente hay aspectos sociales”, dijo Shuval, refiriéndose a las posibles situaciones en las que se comparten unas cervezas o margaritas con compañeros de equipo y grupos de entrenamiento tras una sesión de ejercicio o una competencia. Es probable que muchos de nosotros también le pongamos una especie de “halo de salud” a nuestro ejercicio, lo que nos hace sentir que el esfuerzo físico justifica un cóctel extra, o quizás tres. Además, curiosamente, algunos estudios en animales muestran que tanto el ejercicio como el alcohol estimulan partes del cerebro relacionadas con el procesamiento de recompensas, lo que sugiere que, aunque cada uno por sí solo puede ser placentero, hacer ambos podría ser doblemente tentador.
“Necesitamos investigar mucho más” sobre las razones de ese vínculo, afirmó Shuval. Pero por ahora vale la pena tener en cuenta, especialmente en esta época festiva del año, que nuestras salidas a trotar, andar en bicicleta o al gimnasio podrían influir en la frecuencia y el entusiasmo con el que brindaremos por el nuevo año.